Los turcos llegan a Malta el 18 de mayo pero no desembarcan
inmediatamente, sino que costean la isla hasta llegar al puerto de
Marsaxlokk para mejorar su capacidad de ataque y abastecimiento. Fue en
este fondeadero donde los comandantes otomanos cometieron su primer
error.
Convencidos de que San Elmo caería rápidamente
dejando franco el paso hacia el Gran Puerto y, por ende, hacia los
fuertes de San Miguel y San Ángel, los turcos montan una batería de 21
cañones que empiezan a bombardear la Valeta desde la ladera del monte
Sciberras.
El día 24 de Mayo, 100 caballeros
hospitalarios y 500 soldados voluntarios con orden de resistir hasta el
último hombre afrontan el primer bombardeo desde las murallas de San
Elmo.
Los proyectiles de 130 libras asolan la capital de Malta
mientras numerosos civiles se refugian en la fortaleza para ser
evacuados a través del Gran Puerto. Por el camino, 3.000 hombres son
reclutados entre la población maltesa y se unen a la defensa del fuerte.
No en vano, el virrey de Sicilia ha prometido enviar refuerzos y la
orden ni siquiera se planteaba una posible traición por parte de un
hermano de fé. Los refuerzos tenían que estar al llegar... pero no
llegaban.
San Elmo queda reducido a escombros en menos
de una semana, pero los caballeros no se rinden. El día 8 de junio, tras
15 días defendiendo un puñado de ruinas y rechazando una tras otra las
incursiones turcas a través de La Valeta, los hospitalarios mandan un
mensaje a su gran maestre: le piden que les permita hacer una salida
contra las líneas otomanas y morir con la espada en la mano. La
respuesta de Jean Parisot de la Valette no se hace esperar: devuelve al
mensajero con orden de decirle a sus soldados que puede relevarlos si
les da miedo morir tal como él mismo ha ordenado.
Como
era de esperar, la vergüenza hace que los defensores redoblen sus
esfuerzos. Todos los días, decenas de heridos son evacuados a través del
Gran Puerto hacia los fuertes de San Miguel y San Ángel para ser
reemplazados por soldados de refresco con orden de no ceder ni un palmo
de terreno. El montón de escombros en el que se ha convertido San Elmo
es defendido denodadamente hasta que, a mediados de junio, un corsario
llamado Turgut Reis consigue cortar la comunicación marítima del fuerte
asediado con sus homónimos de la otra orilla. San Elmo está solo pero,
ante todo, San Elmo debe resistir en espera de los refuerzos prometidos.
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